Cómo decidí ir a La Palma
Fue una cálida mañana de otoño, el 11 de noviembre de 2021, el día de San Martín, ese santo que comparte su capa con un mendigo aterido de frío y al que la Providencia premia con un veranillo para los dos.
Me gusta este día. Inicié la jornada en la notaría de Albacete de la que soy titular siguiendo los pasos rutinarios: consultar correo, notificaciones, avisos corporativos en la página oficial… Y de repente la mirada se me fue a una fotografía que presentaba a 3 hombres con unos vistosos polos rojos: el pie de foto los identificaba como los tres decanos de los colegios notariales de Canarias (Alfonso Cavallé), Cataluña (José Alberto Marín) y Valencia (Francisco Cantos).
Decía la noticia que eran los primeros voluntarios en trasladarse a la isla de La Palma para poner en marcha tres notarías provisionales, atender a las personas que lo solicitasen y elaborar un protocolo de actuación.
Miré escéptica, leí un poco por encima, cerré la pantalla y empecé con la tarea diaria del despacho, con gente por los pasillos, personas para la firma de escrituras, las copias, las dudas, el teléfono, la cabeza se iba a otros sitios. Sin embargo noté algo en mi interior, a lo mejor era el inconsciente en su más literal sentido, o quizás era el corazón el que bombeaba toda la mañana un color rojo que me causó alguna impresión que no identifiqué.
Al día siguiente volví a abrir la página del sic, donde nuevas noticias desplazaban a las de ayer y así sucedía al siguiente y al siguiente. Sin embargo, una tarde, en casa me enseñaron un periódico con una noticia sobre la función notarial en La Palma. Esta vez sí lo leí con pausa y sorpresa.
Volví a la noticia de la página oficial y a la foto de los tres decanos y lo que vi no era un color, no era el rojo de sus camisas, ni el azul del cielo, ni el gris pedregoso de un suelo destrozado, sino la mirada seria, decidida y valiente de tres compañeros notarios que estaban en un lugar que cada hora aparecía en las noticias en España y en el mundo, donde un volcán volteaba vidas sepultando sus haciendas, donde el aire era casi irrespirable y donde la tierra temblaba sin tregua.
En mi descargo pensé que nada de lo que estaban lo había oído antes y mucho menos lo había estudiado en el Reglamento Notarial. Sabía que había notarías “normales” en la isla y no entendía qué era una notaría provisional: en 31 años de ejercicio no había oído eso. Parecía algo como una notaría de campaña… ¡Pero si eso solo lo hacen médicos, enfermeras, militares! ¿Nosotros, los notarios, curamos, protegemos?, pensé. La noticia completa decía que el objetivo era prestar asesoramiento a los afectados, ayudándoles a obtener, con prontitud, las pruebas documentales necesarias que les permitieran acreditar sus derechos y acceder a ayudas e indemnizaciones. ¡Casi no había escrituras de propiedad de terrenos ni viviendas! ¿Cómo es posible?
Sin más pensamientos, mandé un correo apuntándome a colaborar y casi empecé a hacer la maleta. Mi sorpresa era la respuesta, me lo agradecieron, pero me dijeron que había ya numerosos voluntarios.
Sin embargo, un viernes, 17 de diciembre, una llamada al móvil me cogió por sorpresa. Desde el Colegio Notarial de Valencia me planteaban la posibilidad de servir en la notaría provisional de El Paso que este Colegio gestiona. Contesté que sí con una rapidez que creo que hizo pensar a la empleada que no había entendido bien. A su pregunta sobre si estaba segura, mi respuesta fue “salvo que me pase algo, del 24 de enero al 2 de febrero allí estaré” . Me dieron las primeras instrucciones, me avisaron de que llegarían los billetes de tren, avión , unos polos rojos…
Dije que sí muy pronto y causó sorpresa a mi interlocutora. Es de justicia decir que el esfuerzo no es individual: es de muchos notarios, es de todos.
Por María Adoración Fernández Maldonado, notaria en Albacete.