Dos islas en una

La Palma son dos islas. La montaña de La Cumbre situada en el centro separa el lado este del oeste. Tradicionalmente han sido dos zonas diferenciadas: El este y el oeste. Santa Cruz y Los Llanos. El este siempre ha gozado de peor tiempo que el oeste, pasar el túnel de la cumbre de este a oeste era ver el sol. Ahora el oeste tiene un volcán en erupción y el este no. Esto es una diferencia aún más importante que las anteriores y se traduce en una vida muy diferente en ambos lados.

Cuando un visitante llega al aeropuerto de La Palma o al puerto de Santa Cruz difícilmente puede percibir la situación real de la isla si no pasa el túnel de la Cumbre. La vida en el este es prácticamente normal: restaurantes en funcionamiento, carreteras en perfecto estado… Puede percibirse alguna acumulación de ceniza procedente de los primeros días de la erupción, pero, salvo eso, nada hace evidente lo que ocurre al otro lado.

Cruzamos el túnel y el panorama cambia radicalmente. La ceniza se acumula a ambos lados de la carretera formando montañas interminables; también hay en el centro de calzada en muchos tramos. Hay que tener cuidado de no pisarla porque, aparte del peligro de patinar con el coche, se colabora con la contaminación del ambiente al pulverizar esa arena negra y hacerla más volátil. El cielo se oscurece, se nota la nube de polvo y se percibe como se intensifica según nos acercamos a Los Llanos y Tazacorte. De repente aparece el volcán ante nuestros ojos con esa pluma negra por un lado y blanca por otro que nos advierte de la dimensión de su fuerza. Esa humareda convierte a este lado en una zona con una bruma permanente que hace irrespirable el ambiente. También se perciben las coladas y el humo que expiden. Todo forma una nube que envuelve el valle de Aridane. De vez en cuando un temblor de tierra nos recuerda que el volcán sigue ahí aún cuando no lo miremos.

Esto es lo que vemos y lo que sentimos. Pero ¿y lo que no vemos? No vemos las casi mil hectáreas de terrenos arrasadas por las coladas, fundamentalmente plataneras y fincas de aguacates. No vemos las casi tres mil viviendas destrozadas. Y, sobre todo, no vemos las más de siete mil personas desplazadas a consecuencia de la erupción. Sí, siete mil, siete veces mil. Siete mil personas que han tenido que abandonar sus hogares, unos por haberlo perdido definitivamente y otros por tener su vivienda en las zonas de exclusión que si bien no han sido cubiertas por la lava si lo están siendo por las cenizas, casi tan letales como la lava. Esa es la tragedia que no vemos cuando pasamos el túnel. No están manifestándose o quejándose en las cunetas. Están en hoteles o en viviendas de alquiler que apenas pueden pagar, o en casas de familiares o amigos que les han acogido compartiendo unas viviendas que no suelen ser de gran tamaño. Viven muchos de ellos de lo que les ha llegado como ayuda de las administraciones, poco, o de la generosidad de sus familiares y amigos, mucho más.

Pues bien, esto que “no vemos” en la calle sí lo vemos los notarios en estas notarías especiales. Eso es lo que nos encontramos cada día que vamos a intentar ayudar a los ciudadanos afectados. Allí comparten con nosotros no sólo su realidad presente sino también sus angustias, su ansiedad ante la continuación de la erupción, y su desesperanza por lo que les espera. No es cierto que el volcán no haya causado daños personales. Los ha causado y con enormes dimensiones. Lesiones psicológicas y emocionales mucho más difíciles de sanar que las físicas. Uno se rompe un brazo y en un mes está recuperado. Estas lesiones anímicas van a ser mucho más difíciles de curar. Ello va a depender, sobre todo, de las expectativas de futuro que seamos capaces de ofrecerles y para ello estamos aquí, para solucionar sus problemas documentales que pueden ayudar a resolver los emocionales. La tarea no es fácil, pero lo vamos a hacer. Somos la avanzadilla de la reconstrucción.

Por José Alberto Marín, decano del Colegio Notarial de Cataluña.