Recuperar la vida
Un año después de la erupción volcánica de la isla de La Palma, los isleños afectados siguen sin recuperar sus vidas. Con la lava no sólo perdieron sus propiedades sino también sus recuerdos, prácticamente todo.
En lo material se produjo un hecho sin precedentes en Europa: una catástrofe natural no sólo devastó las construcciones y plantaciones sino que también hizo desparecer el suelo, la finca entera. Donde había una casa o una platanera ahora hay metros y metros de lava sepultándolas. Es cierto que debajo de ella sigue el suelo y siguen siendo propietarios del mismo, pero pasarán años, muchos años, hasta que pueda ser objeto de nuevo de aprovechamiento. La temperatura que hay en su interior impide cualquier utilización del terreno; el progresivo enfriamiento de esa lava comprimirá el terreno y bajará su altura poniendo en riesgo cualquier construcción que se haga sobre la colada.
Para ser consciente de las dimensiones de la tragedia basta con recorrer la carretera que discurre de La Laguna a Las Norias, construida sobre la propia lava en la que es peligroso detenerse por el riesgo que suponen las altas temperaturas del suelo y los gases que todavía emanan del subsuelo. A los lados de esta vía se pueden ver las casas arrolladas por las coladas y los estratos formados por estas en los que incluso se puede apreciar alguna línea blanca formada por alguna vivienda aplastada por las sucesivas oleadas de magma.
Este desastre material conlleva el personal, el emocional. Pocos afectados podrán vivir los recuerdos de su infancia viendo sus fotografías; pocos podrán volver a pisar las calles en las que crecieron. Y casi siete mil personas no podrán volver a vivir en sus casas, ni a cuidar a sus animales o huertos ni departir con sus vecinos de toda la vida, en casi todos los supuestos familiares más o menos próximos. Familias enteras lo han perdido todo careciendo de la posibilidad de aprovechar la red de solidaridad parental. Barracones, hoteles y amigos albergan hoy a la mayoría de quienes tuvieron que huir de la erupción con poco más que una maleta.
¿Y las ayudas? Algunas han llegado pero son de todo punto insuficientes. Todo lo que no permita poder volver a vivir de forma parecida a la que tenían antes estos palmeros es a todas luces escaso.
No valen las excusas legales. No podemos ampararnos en la dificultad de la legislación vigente sobre expropiaciones, urbanismo y medio ambiente. La persona es lo más importante y en situaciones excepcionales las medidas deben ser excepcionales. Si hay que expropiar por el valor de la finca antes de la erupción, hágase. Si hay que recalificar terrenos aunque sean reserva de la biosfera, hágase. Y hágase pronto porque la dignidad de las víctimas de este cataclismo es lo que está en juego.
Y recuerden “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Dejen para más tarde esos sueños de isla maravillosa a la que acuden los turistas y los científicos por haberse conseguido compatibilizar el desastre con la sostenibilidad y el urbanismo ecológico. Por supuesto que este es un objetivo irrenunciable pero habrá que posponerlo a la recuperación total de la dignidad de los afectados. En definitiva, posponerlo a la recuperación de sus vidas.
Por José Alberto Marín, decano del Colegio Notarial de Cataluña.